jueves, 24 de noviembre de 2011

El Extranjero



Pobre vieja. Cuando mamá estaba en casa pasaba el tiempo en silencio, siguiéndome con la mirada. Durante los primeros días que estuvo en el asilo lloraba a menudo. Pero era por la fuerza de la costumbre. Al cabo de unos meses habría llorado si se la hubiera retirado del asilo. Siempre por la fuerza de la costumbre. Un poco por eso en el último año casi no fui a verla. Se sentía llena, llena de tradición.Llenaba la habitación una hermosa luz de media tarde. Dos abejorros zumbaban contra el techo de vidrio. Y sentía que el sueño y el suelo se apoderaba de mí. Sin volverme hacia él, dije al portero: «¿Hace mucho tiempo que está usted aquí?» Inmediatamente respondió: «Cinco años», como si hubiese estado esperando mi pregunta durante todo ese tiempo.Me despertó un roce. Como había tenido los ojos cerrados, la habitación me pareció aún más deslumbrante de blancura. Delante de mí no había ni la más mínima sombra, y cada objeto, cada ángulo, todas las curvas, se dibujaban con una pureza que hería los ojos. En ese momento entraron los amigos de mamá. Eran una decena en total, y se deslizaban en silencio en medio de aquella luz enceguecedora. Se sentaron sin que crujiera una silla. Los veía como no he visto a nadie jamás, y ni un detalle de los rostros o de los trajes se me escapaba. Sin embargo, no los oía y me costaba creer en su realidad.


Por un momento tuve la ridícula impresión de que estaban allí para juzgarme.



domingo, 6 de noviembre de 2011

Una D

DeLaGraciaDeLaDanzaUnDíaVinoAMiMaderaATocarmeUnaFlautaVerdeOscuraYMeLamióLosLabiosPartidosSangrantesYSufrientesQueDejéParaNoVerteNuncaMásYCreerQueEraPosibleHacerteDesaparecerMientrasAmbos OíamosLaMúsicaBrutalLaMúsicaCarnalLaEnsoñadoraEspumosaEstelosaYEspolona