jueves, 6 de septiembre de 2012

Comtesse

Varias veces se preguntaba cuàndo iba a terminar la ceremonia...real en la que la habìan metido. Y finalmente escuchò un ruido infinitamente escalofriante afuera en la noche, en la helada, se asomaba un rostro deformado por el viento  y por la carne desprendida. Cuatro fueron a enterrar la figura del desplomado. Pero al parecer era una mujer, era alguien especial. Las habitaciones eran tan grandes que nadie sabìa ciertamente desde cuàl de ellas se lanzò y no habìan pistas ni manchas... ni sombras aclarecedoras. Pero las condesas se miraban aturdidas por la hora.
Bell siguiò el cuadro con la pura mirada, los ojos redondos delataban ninguna culpa, ninguna condena, una falsa molestia. El corte fue perfecto, como si justamente ella hubiese activado la explosiòn. Eran colores opacos eran lìneas subterràneas, era maravilloso. Y nadie que pudiera darse cuento, sòlo Comtesse. Sus manos le incitaban a tocar, a trastornar el cuadro, y sin embargo, lo hacìa sin siquiera separarse del comensal. Atrevida la joyerìa que se desencadenaba de su cuello, de sus dedos, ardientes los cabellos que erizados se quemaban desde la punta hasta abrasarle la piel.

La hora avanzaba.  
Ninguna tentaciòn sublime ingenua-
La hora siguiò avanzando. La hora està. Entraban las cocineras. El apetito se abriò. Bell agarrò un tenedor. Uno de los que ponen en las mesas, uno màs pequeño. Agarrò un tenedor.