domingo, 9 de enero de 2011

...
Seguí avanzando
en la observación que le hacía a mis dos manos, las palmas de mis dos manos.
Ambas tan poco delicadamente armadas, dejando entrever algunas venas
verdes y azules
en la mitad de los dedos más largos...
y, bueno, es de noche y es una noche de verano. El calor me empieza a sofocar un poco, la cara
y las manos, también y las convierte a un color rojizo permitiéndome sentir el aire caliente
que expelen.
Cuando se juntan sin tocarse, envuelven esa energía que está dentro de mi
como por la que absorvo de fuera. Y va y viene, va y viene.
Y me intriga saber de qué forma es ese calor;
si lo junto y lo acumulo todo en una especie de globo, de burbuja,
o tal vez equiparo esos aires como en una caja, en un cubo alargado,
o el retenerlo, el contenerlo entre mis dos desordenadas manos hace que lo proyecte como un sol
intentando expandirse por todos lados, como un átomo
queriendo destruirse con el con-tacto de otro átomo...

Así, la calle lucía perfectamente moldeada, ligeramente infinita
y cuando daba vueltas y miraba casi todo a mi alrededor,
cada cosa tenía su perfecta disposición, dentro del plano de líneas,
de manchas y rayas.
Y nada parecía estar turbando esa pasividad en la calle.
Ni el más lejano detalle, ni las nuevas construcciones, ni las máquinas, ni las nubes.

Infinitamente me encontraba caminando en una pintura
con el marco más sólido que jamás había podido ver.

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