martes, 12 de mayo de 2009

Vienes sigilosa por las calles de la ciudad
vestida de amaneceres,
con miscelánea de perfume francés
y un escandaloso olor a vodka.
Cuelgas en el pecho tus signos interrogantes,
y un enigma de bufones adentro de tu belleza.
Eres el alma de un bronce
que duerme arriba del yunque,
una falleba ágil a la mano del hombre.
Eres diente apretado en tu mañana sin soles
cuando tus pasos retumban en el temblor de tu cuarto.
Llevas huellas humanas
lapidando tu existencia
como una noria herrumbrada,
robot de cuatro estaciones
Pero a mi me gusta mirarte cuando huyes a la ribera,
y son tus labios dos silbos que atraen a las sirenas,
y es tu sonrisa un bifronte que escapa de otro escenario,
para olvidar,
iracunda,
por un instante tu pena.
Me gusta cuando cobijas recuerdos de adolescencia
cantando en noche de brujas debajo de las estrellas.
Escuchar tus sueños rotos a causa de las desdichas,
de tu pobreza de niña haciendo huella en la calle.
De la orfandad de caricias en tu corazón ignorado.
Me gusta cuando respiras sin programas de jadeos
una mañana sin ligas ni labios de rojo sangre.
Me gusta cuando preguntas si puedo llegar a amarte
con tu lágrima inconclusa,
apretando mis manos,
sentada bajo del sauce.
Walter Faila

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