martes, 24 de agosto de 2010

Apuntes sobre Artaud y su obra "para terminar con el juicio de dios"

La idea ha sido simplemente transcribir los textos de Artaud y ponerlos a disposición para que aquellos que puedan estar interesados tengan la posibilidad de leerlos y de adentrarse un poco en su obra.

No pretendemos hacer ni una tesis ni un ensayo, solo unas notas que ayuden a situar al lector a través de los acontecimientos y las circunstancias y sobretodo completar el proyecto musical de Elevador de cargas basado y desarrollado a partir de esta misma obra. No es nuestra intención intentar explicar lo inexplicable o dar masticado algo que es por definición indigestible.

La traducción que hemos escogido es la de María Irene Bordaberry, porque pensamos que es francamente buena.
La disposición tipográfica se acerca mucho a la utilizada en la edición limitada de 2.000 ejemplares de Caldén (Argentina-1975), ya que no podemos ver los originales ni disponemos de la primera edición de K; hay que entender que los poemas de Artaud están escritos para su lectura en voz alta y para su compresión auditiva y precisamente esa disposición tipográfica es un recurso más del autor que trata a veces de impedir la compresión al uso buscando otros caminos cortando las frases o poniendo algunas palabras incluso dos páginas atrás, al fin y al cabo hablamos de uno de los mejores exponentes del movimiento surrealista...
Y en palabras suyas :
"'El surrealismo no es un nuevo o más fácil medio de expresión ni, incluso, una metafísica de la poesía;
Es un medio de liberación total del espíritu y de todo lo que se le parece".
.., (El surrealismo) es un grito del espíritu que regresa a sí mismo decidido a pulverizar desesperadamente sus cadenas".

Hay que saber que durante 9 años, entre 1937 y 1946 Antonin Artaud permaneció encerrado en hospitales psiquiátricos de forma ininterrumpida, al margen de otros internamientos previos, allí fue duramente “tratado” a base de electroshoks y otros métodos que físicamente le deterioraron hasta el punto que cuando le soltaron parecía un anciano; 9 años que pueden corresponder a 40 años en el transcurso de la vida “normal “de cualquier persona hoy en día, con el agravante de que parte de esos años (entre el 37 y el 43) sucedieron en la Francia ocupada por los nazis.
No es necesario decir nada más.
La vida de Artaud supera a la ficción en todas sus etapas.

Para terminar con el juicio de dios fue escrito por Artaud a petición de Fernand Pouey para ser transmitido por la radio francesa.
Artaud, M. Casares, R. Blin y P. Thévenin lo grabaron el 28 de noviembre de 1947, pero la emisión, programada para el 2 de febrero de 1948 fue prohibida por el director de la radio, Wladimir Porché, escandalizado por la virulencia del texto.
Fernand Pouey logró que se formara una especie de tribunal (integrado, entre otras personalidades, por Cocteau, Eluard, René Char, Paulhan, Barrault, Jouvet, René Clair, Callois, etc...) encargado de dar su parecer sobre el poema. El fallo fue totalmente favorable pero, no obstante, el director de la Radio mantuvo su veto.
También hubo una audición privada en un cine abandonado de París, pero la radiofonía en sí no sería publicada como documento sonoro hasta 15 años más tarde.
Artaud moriría ese mismo año (1948) bastante decepcionado por todas estas circunstancias que se daban precisamente cuando por fín creía haberse liberado de 9 años de terror e incomprensión.

Las "cartas" agregadas posteriormente al ser publicado por K editor, muestran cuál era la posición de Artaud en este asunto, además de ser una vía de expresión muy utilizada por él desde que el doctor Frediére, durante la segunda etapa en el Psiquiátrico se lo impusiera como “arte-terapia”.
La carta al sacerdote Laval , que había sido favorable a la emisión del poema diciendo:
"Al fin he aquí el lenguaje verdadero de un hombre que sufre" es ejemplar por el rigor con que Artaud plantea el problema de fondo de una manera radical, sin concesiones, lo normal hubiera sido agradecerle al padre Laval su fallo favorable al poema.

Otto Hahn comenta este texto así: "Es el fin de la cultura como perspectiva privilegiada. Artaud después de Rodez (hospital psiquiátrico) ya no cree en los sistemas, en las posiciones intelectuales, en las manifestaciones virtuales. Ya no cree en el teatro donde todas las relaciones están falseadas.
La «revuelta interior vendrá -le escribe a Breton-, pero no vendrá del teatro, pues por sincero que este sea, los escenarios con un público delante hacen del hombre más desinteresado un actorzuelo».
Él que quería suscitar trances decide vivirlos: "el teatro no es sino la vida, y la vida es un espectáculo sin explicación ni justificación"
Lo que esos escritos poseen de singular se debe a la conmoción y a la superación brutal de los límites habituales, al cruel lirismo suprimiendo sus propios efectos, no tolerando aquello que le da la expresión más segura.

Maurice Blanchot citó en 1946 esta frase de Artaud: «Comencé en la literatura escribiendo libros para decir que no podía escribir nada en absoluto.. Cuando tenía algo que escribir, mi pensamiento era lo que más se me negaba. Nunca tenía ideas y dos libros muy cortos, cada uno de sesenta páginas, ruedan por esta profunda, inveterada, endémica ausencia de toda idea. . .» para Artaud todo lenguaje verdadero es incomprensible y su lenguaje ha sido definido como verdadero e incomprensible, .
Artaud lo hizo en vida, en carne y huesos, en sensibilidad, su revolución (¿cómo llamarla?) y lo dijo, las palabras lo usaron para salir, pobres, obscenas, deslumbrantes, hirientes, podridas, tripas de palabras, palabras que volvían al sonido y renacían del sonido, del bramido, del hipo agónico de ese puñado de carne rehaciéndose en otro cuerpo ante nuestros ojos de espectadores.
Artaud dice que debemos dejar de ser espectadores y que para eso hay que arrancar el trozo podrido, el "yo", y que toda su guerra individual es una guerra social, que adentro, en arterias, en tendones y glándulas, transcurren carnicerías tan grandes como las de afuera, y que en su nuevo estado no hay adentro ni afuera.

Paule Thévenin, resistiéndose al enjuague que querían hacer con Artaud algunos personajes, dice con claridad: "La obra de Artaud trastorna. Trastorna porque destruye por su base todo un sistema de referencias, porque corroe la cultura específicamente occidental y se dedica a atacar el pensamiento y la sociedad pequeñoburguesa. Pensamiento que se defiende declarando insensatos, privados de sentido y por consiguiente incomprensibles, sus últimos textos. Sociedad que busca preservarse y mantenerse relegándolos al catálogo de las obras de alienados después de haber tenido la precaución de encerrarlo, a él, durante nueve años en asilos para poder así decirle loco cómodamente". Se sabe que "la estructura fundamental de la locura está inscrita en la naturaleza misma del hombre", que en nuestra sociedad nunca se ha pensado más profundamente que en sus locos, ¿entonces?

G. Bataille le describía así en cierto período de su vida :
"Conocí a Antonin Artaud, en cierta medida, desde los primeros tiempos a través de Fraenkel.
Era hermoso, descarnado y sombrío. El teatro y el cine le producían dinero como para vivir bien, pero no por eso su aspecto era menos famélico. Nunca se reía, ni estaba pueril e incluso aunque hablaba poco había algo patéticamente elocuente en su silencio grave y terriblemente enervado. Estaba calmo, su elocuencia muda no era convulsiva sino, por el contrario, triste, abatida, interiormente atormentada. Parecía un pájaro rapaz, huraño, de plumaje terroso, concentrado en el instante de levantar vuelo, pero detenido en esa posición, de cualquier manera no incitaba a la conversación.
Artaud le describía a Fraenkel sus estados nerviosos. Se drogaba, sufría."

El propio Bretón dice : " Sé que A.Artaud ha visto, en un sentido en que Rimbaud y aun antes Novalis y Arnim habían hablado de ver ... el drama es que la sociedad a la que cada vez nos honramos menos de pertenecer persiste en considerar como un crimen inexpiable que un hombre haya pasado al otro lado del espejo. En nombre de todo aquello a lo que me siento unido más que nunca, aclamo el regreso a la libertad de Artaud en un mundo donde la libertad misma está por rehacerse; más allá de todas las denegaciones prosaicas doy toda mi fe a Antonin Artaud, hombre de prodigios; saludo en Antonin Artaud la negación desesperada, heroica, de todo lo que morimos por vivir."

Y para terminar reproducimos un fragmento de un espléndido texto de 1968 (Buenos Aires) de Aldo Pellegrini publicado por Editorial Argonauta con el cual nos identificamos plenamente :

La obra de Artaud es inclasificable. No existen pautas para definirla.
Sus textos ocupan el lugar de la literatura, pero no son literatura; simplemente la desplazan.
La notable influencia que la obra de Artaud tiene sobre una parte importante del espíritu contemporáneo, ¿ a qué se debe? Es una obra extraordinariamente compleja que desarrolla una multiplicidad de sentidos y a pesar de ello de una notable unidad, aunque haya quienes la consideran resultado de un pensamiento paranoico; éstos son, sin duda, aquellos que dentro del término paranoico engloban cualquier pensamiento libre.
La obra de Artaud, por encima de toda otra apreciación, debe considerarse inspiradora de una nueva conciencia de la rebelión, afirmada en los valores más hondos del hombre, en oposición a una sociedad esencialmente antihumana.
La atracción apasionada que ejerce sobre determinados seres se debe a que constituye la más potente y luminosa forma de disconformismo que haya dado la palabra.
Por su carácter singular, la obra de Artaud desafía a toda crítica. Mucho se ha escrito sobre ella. Desde los testimonios de quienes lo conocieron, hasta los ensayos y estudios en distintos niveles y con diversas perspectivas.
Pareciera que la obra de Artaud se resiste a ser tratada como objeto de estudio, se niega a ser examinada como forma. Lo prueban los últimos ensayos de conocidos estudiosos de la literatura. El modo de "envoltura del texto" (según la expresión de Barthes) en que se complace un sector de la nueva crítica, en lugar de abrir el acceso a la obra, lo cierra. Los intentos de una indagación formalista del tipo del análisis estructural, no conducen, en este caso, más que a la pulverización del texto y terminan por no entregarnos nada.
La escritura de Artaud produce la sensación de una inmovilidad que borbotea, agitada por poderosas presiones internas. Para seguir las sinuosidades de ese pensamiento en ebullición, no queda más recurso que identificarse al máximo con él, y acompañarlo hasta en sus contradicciones. Estas contradicciones se convierten, en la señal de un pensamiento vivo que no puede medirse con los patrones de la lógica formal.
Más que el frío desmenuzamiento de un texto, con pretensiones de interpretación, la función de la crítica debe consistir en una guía de ruta, que señale la conformación y los accidentes de la obra, en una especie de visión panorámica que respete su integridad, acompañe al texto e ilumine, si cabe, sus lugares recónditos, pero excluyendo toda maniobra que resulte agresiva para él.
Es imposible hacer un análisis con criterio pretendidamente objetivo de la obra de Artaud, ni tener una idea alejándose para tomar una perspectiva de ella. Nada se ve alejándose, pero en cambio si nos acercamos lo suficiente, de pronto nos sentimos sumergidos, como envueltos en ese piélago ondulante de palabras agitadas por estremecimientos semánticos. Sólo penetrando en esa atmósfera de total exasperación puede alcanzarse el pensamiento de Artaud.
No hay duda de que para realizar una indagación de esta clase hay que tener conciencia de las dificultades y de los riesgos de extravío. Pero si emprendemos la tarea es probable que de pronto nos sintamos cercanos al foco donde anidan los problemas esenciales del hombre, allí donde se asienta la fuente más pura del ser; y como gratificación final quizás estemos entonces en condiciones de penetrar en nosotros mismos y descubrirnos.
Nada puede pasarse por alto en Artaud porque en lo que dice todo adquiere un sentido nuevo, y cada cosa, cada signo, aún el más insignificante, se torna inexplicablemente revelador.
No hay más medio para utilizar, pues, que la imersión en el texto, despojados de preconceptos, de normas, de modelos, y antes que nada, despojados del prejuicio de la literatura. Penetrar en una obra tan poco asequible, significa lanzarnos en lo oscuro sin otra guía que el mismo Artaud, pues, como él dice: "Lo que yo hago es huir de lo claro para aclarar lo oscuro". Podría hablarse paradójicamente en Artaud de una claridad de lo oscuro. Un texto suyo es como una luz móvil que ilumina y recorre lo abisal.
Nos encontramos, entonces, frente a un nuevo tipo de escritura en la cual se vuelca la totalidad de la experiencia vital más honda, con prescindencia de estructuras formales previas o de una intención estética de cualquier tipo. No se aspira en ella a ningún ideal de belleza o perfección. Ya no es más literatura. Lo que no quiere decir que antes no se hayan realizado intentos parecidos de liberación del lenguaje.
Los encontramos en Rimbaud, en Lautréamont y en algunos autores de este siglo, aunque en todos ellos nunca deja de estar presente la intención literaria.
Artaud supera las nociones que tenemos del escritor o del poeta. Tampoco es el filósofo o el místico, aunque sus relaciones con este último sean las más estrechas.
Sus textos constituyen una retahíla de vivencias, puestas tan al desnudo como jamás imaginó escritor alguno. Rehuyendo cualquier tipo de ficción, cualquier vestidura literaria, despojadas al máximo, son vivencias recogidas en lo más profundo del ser, allí donde nacen la religión, la filosofía, la poesía, pero respetando su primordial cualidad volcánica, con su incandescencia originaria, para configurar una lava hirviente de palabras que pretenden calcinar un mundo en descomposición, este mundo en el que vivimos.
La de Artaud es la transcripción sin ejemplo de una experiencia de vida total. Su obra escrita es una exploración descarnada de la condición humana, especialmente en sus niveles más ocultos, mostrándonos su absoluta precariedad: el desamparo, el despojamiento, la invalidez, la parálisis que fija al ser en un punto siempre detrás de sí mismo y lo detiene en la zona de la soberana impotencia. Esta es la situación con referencia a la condición de un hombre que simplemente pretende vivir con autenticidad.
Artaud mismo nos ofrece la imagen de fuerzas extremas en tensión: siendo el máximo desposeído es aquel a quien sólo conforma la posesión de lo inalcanzable. Increíble tortura de lo inalcanzable: el suplicio de Sísifo y el de Tántalo combinados.
Todo su saber, Artaud lo extrae de sí mediante el recurso de colocar a su ser en estado de paroxismo, para rescatarlo del vacío al que conduce la razón en su inútil juego de alcanzar la verdad. La razón que permanentemente se impone por norte la verdad y que maniobra sagazmente para encontrar los caminos tortuosos que la desvían de ella.
También para la razón, la verdad resulta inalcanzable.
Y aquí es el momento de recordar alguno de los múltiples diatribas de Artaud contra la razón.
En "La anarquía social del arte" dice:
"No es espiritual nada que pueda ser alcanzado por la razón o la inteligencia."

Una obra tan difícil ha dado pie para que se la enfoque desde los puntos de vista más dispares.
Al sacudir de modo violento el conformismo y las normas de vida aceptadas, al proponer casi una Ideología de la transgresión, resulta lógico que la mayoría la rechace totalmente.
Entre aquellos que le manifiestan cierta estima hay quienes la consideran simplemente como documento de un caso patológico en un curioso sujeto dotado de cierto talento, o como la aventura literaria de un extravagante desafortunado.
Pero sus mayores enemigos suelen estar entre quienes parecen aceptarla sin reparos.
El mito de Artaud ha invadido el sórdido reducto de los snobs, que ven en su rebelión condimentada de locura, un producto no sólo inofensivo para el "establishment", sino de gran valor ornamental por su singularidad. Es víctima también, por otro lado, de la adoración estúpida de algunos fanáticos que buscan héroes compensatorios de su inferioridad, seducidos por su carácter de poeta maldito, por su holocausto personal, y recogiendo el aspecto exterior o anecdótico de su vida y de su obra.
Llega hoy hasta a convertirse en bandera de la crápula intelectual, y aquí reside el mayor peligro de confusión, por lo que la tarea de quienes respetan a Artaud es arrebatarlo de las manos de los crapulosos.
Pero el suyo no deja de ser el destino de todo aquel que ha logrado despertar un eco nuevo en el espíritu de los hombres de modo que hay que resignarse a esperar todas las deformaciones posibles y el aprovechamiento de su pensamiento por falsificadores del más variado género.

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